Tu dinero, mi dinero.

Tu dinero, mi dinero.
Vol. 1

Al perro que tiene dinero, se le llama señor perro.


A mis veinticuatro años de edad la vida no debería de resumirse con tanta facilidad; debería yo de ser una joven cuyos estudios le hubieran dado una futura y prospera posibilidad de llegar a ser alguien importante, mi habitación tendría que estar llena de fotografías de novios pasados, osos de peluche y cartas de amor; mi vida tendría que ser el sin fin de historias no contadas, sueños resonantes en mi mente y maletas repletas de ilusiones. Sin embargo, no es de esa manera, mi vida si es fácil de resumirse en contadas experiencias: la fotografía que me tomé con Evans Mastor a los doce años en el café del centro; el DVD de la serie “Somos dos”, autografiado por Evans Mastor; mi viaje a la capital para asistir a la obra de teatro de Evans; además de su poster colgado sobre mi cama.
No me mal interpretes, no soy una de esas mujeres fanáticas; pero, cuando vi por primera vez al actor Evans Mastor en televisión, ambos teníamos apenas 10 años y él se volvió una constante meta en mi vida, un ejemplo a seguir; representaba la idea de que no importando tu edad, tu puedes ser lo que quieras ser.
Asistí a la premier de cada una de sus películas, miré todas las temporadas de su serie televisiva e incluso lo defendí cuando tomó la decisión errónea de proponerse como cantante pop. De aquella manera crecí con Evans, lejos de novios reales y amistades profundas, lo único en mi cabeza era la fantástica idea de que ambos nos complementábamos; Evans sobre el escenario y yo en las butacas.
Todo eso me hizo tomar la decisión; cuando le diagnosticaron cáncer a mi madre y nuestro seguro se negó a cubrir los gastos de hospital, no sabía a quién mas recurrir; no me quedó más remedio que escabullirme a aquella zona privada de la capital, colarme por el jardín y plantarme justo en la entrada de la puerta de la mansión de Evans Mastor.
Él, no tardó mucho en atender la puerta, parecía que aquella tarde todo se había acomodado de manera perfecta, nos encontrábamos solos, uno frente al otro.
-¿Quién eres?- me preguntó Evans en tono desconcertado. Le sonreí de la misma manera que sonreía al verlo en televisión, abrí mi mochila para mostrarle nuestra fotografía en la cafetería, el DVD autografiado y un ticket de su obra de teatro.
-¿Qué sucede?- fue su segunda pregunta, parecía no entender a que venía todo aquello. Yo simplemente intentaba demostrarle que era una persona que había seguido su vida, que había contribuido de alguna forma a su carrera.
-Necesito tu ayuda- comencé a explicarle –Veras, mi madre tiene cáncer y yo necesito cubrir los gastos de un buen hospital para ella.
Evans me miraba incrédulo, ni siquiera me invitó a pasar a su casa; se mantuvo parado en la puerta, sigiloso y con actitud de custodio desconfiado.
-¿Qué es lo que pretendes que yo haga?- cuestionó después de que le expliqué que yo no tenía familiares ni un trabajo para solventar dichos gastos médicos, también le aclaré lo importante que era mi madre para mí, tan importante como él.
-Tú tienes mucho dinero, puedes ayudarnos- concluí respondiendo a su asombro.
-Lo siento, no puedo ayudarte- dijo él y se dispuso a cerrar la puerta, obviamente no comprendía mi situación y todo aquello le parecía una locura, un chiste o anécdota que puede contar a sus compañeros al siguiente día en el set.
Detuve con mi mano la puerta e intenté hacerle entender -¡Clara que puedes ayudarme!
-Voy a llamar a la policía- aseguró Evans cuando miró mi rostro lleno de ira.
-Esta casa, tus coches lujosos, el anillo en tu mano, ¡todo me lo debes a mí!- le aclaré, exigiendo que me ayudara.
-Estás loca- fue su única respuesta.
-Tu dinero es mi dinero- le aseguré con firmeza.
-Mi dinero es resultado de mi esfuerzo- comenzó a defenderse –Si quieres salir de tu apuro económico, busca un empleo y deja de pedir caridad.
En aquel momento sentí toda la furia y rabia del mundo concentrarse en mí. Arrojé mi mochila contra su rostro y dejé que todas sus fotografías, posters y películas cayeran al suelo.
-Tu dinero es mi dinero- repetí y le aclaré mi razonamiento –Yo he comprado cada una de tus películas, cada ticket de tus obras, he seguido tu vida como si fueras Dios; con mi dinero se formó tu gran fortuna.
-Lo menos que puedes hacer es compartir conmigo– añadí.
Evans se sobaba el golpe que había recibido en la cara –Mi dinero es mío y no soy centro de caridad de nadie.
-¿Dónde estarías ahora sin mi ayuda?- le pregunté esperando tocar su corazón.
-Exactamente, parado en el mismo lugar- respondió Evans.
No pude contenerme un minuto más, me lancé sobre él para golpearlo con todas mis fuerzas, esperaba que de su cuerpo brotara todo el dinero que yo había gastado en seguirlo.
Evans se defendió y me empujó contra el césped, la lluvia comenzó caer en el jardín y el cielo terminó por oscurecerse. El joven actor se dirigió a la sala de su casa y llamó a la policía para pedirles ayuda.

Al siguiente día los titulares de la sección de espectáculos decían: “Evans Mastor fue atacado por una fanática enloquecida”.
Jamás podré quitarme el sobre nombre de “Fanática enloquecida”.
Ahora Evans graba su próxima película para estrenarla en verano, mi madre muere de cáncer y yo tengo que lidiar con un abogado que intenta convencerme de que lo mejor para mi es asegurar que no estoy bien de mis facultades mentales.
A mis 24 años, tendría que ser algo más que la sombra detrás de un actor.




Autor: Sergio Mendoza Mendoza.

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